La crisis de los refugiados ha pasado de estar en el centro del debate político a agonizar en las páginas de sucesos. Quienes logran alcanzar suelo europeo son deportados. Este plan de expulsiones masivas, aterriza en un terreno abonado por las promesas incumplidas de la UE y un gran viraje del discurso humanitario, presionado por el auge de los movimientos y partidos fascistas en la UE que insisten en convertir a los “extranjeros” en los chivos expiatorios de la crisis económica.

Lo cierto es que podríamos decir que “un fantasma recorre Europa: el fantasma del racismo”. Hoy tendríamos que cambiar el comienzo del Manifiesto Comunista de Marx y Engels de 1848. Y, por desgracia, no podemos continuar como en el Manifiesto Comunista afirmando: “contra este fantasma se han conjurado todas las potencias de Europa”. Más bien al contrario.

Necesitamos otras bases para construir una Europa Plural e integradora. ¿Y si establecemos fronteras abiertas? Lo que se ha hecho dentro de la UE, pero hacerlo de forma global. ¿Qué pasaría? ¿Efecto llamada, como aseguran quienes están en contra? No tiene por qué ser cierto, pero, aunque lo fuera, igual podríamos “llenar” la “Europa vaciada”. Igual nos obligaría a repartir de forma más justa todo lo expoliado durante años a esos países del sur. Igual nos forzaría a dejar de seguir expoliándolos y de provocar guerras en el tablero geopolítico del poder global y plantear algo básico: o salimos juntos en este planeta o acabaremos extinguiéndonos como especie y consumiendo el propio planeta.

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